Después de la última conversación con Jesús me impuse no llamarlo nunca más.
Pero nada era fácil para mí, perdí casi completamente el apetito y cada vez que quería dormir no podía conciliar el sueño o peor aún en cuanto me quedaba dormida me despertaba casi inmediatamente sobresaltada y antes de soñar nada.
La idea surgida en la última conversación de poder transformarme en el Llanero Solitario o Robin Hood en la época actual y acompañada de los superpoderes de Jesús, me volvió completamente loca.
Mi esbelta figura se fue descomponiendo. Sin comer, sin dormir, sin escribir y sin ir a trabajar, comencé a sentir que podía morirme ahí, sola, sin amor, ni ilusiones y todo porque la idea de utilizar los superpoderes de Jesús como si fueran míos, me había enloquecido y por momentos, sentía que para siempre.
Me miraba en los espejos de la casa a cada instante, y al verme tan fea, tan desmejorada, con arrugas, las tetas un poco caídas, mi espléndida cabellera enmarañada y sucia, un día me dije, se terminó, lo llamo y listo, me uno a él para toda la vida, me someto a sus superpoderes y entre los dos salvamos la humanidad o, por lo menos, la equilibramos.
Después la sola idea de someterme a alguien y para toda la vida me volvía loca. Y, entonces no lo llamaba, intentaba masturbarme para olvidar y no podía, trataba de leer lo que había escrito y me volvía más loca, llegué a darme la cabeza contra el espejo del baño.
Cuando vi la sangre exclamé: ¡Por Dios, Jesús!
Y Jesús apareció detrás de mí, me puso las dos manos, una en cada hombro, y me dijo:
-Aquí estoy, Bella.
Y vi como la sangre desaparecía, la herida se cerraba sin dejar ninguna marca en mi frente, la piel se estiraba, las tetas se me levantaban un poco, recuperé los kilos perdidos y el pelo lacio y hermoso como a mí me gustaba y me sentí la mujer más feliz del mundo.
Jesús interrumpió mi éxtasis frente a mi propia imagen y me preguntó:
-¿Me necesitas para algo, Bella.
- No, te llamé de casualidad pero me hace muy feliz tu presencia.
-Entonces me quedo.
-Sí, claro, por supuesto.
Pero nada era fácil para mí, perdí casi completamente el apetito y cada vez que quería dormir no podía conciliar el sueño o peor aún en cuanto me quedaba dormida me despertaba casi inmediatamente sobresaltada y antes de soñar nada.
La idea surgida en la última conversación de poder transformarme en el Llanero Solitario o Robin Hood en la época actual y acompañada de los superpoderes de Jesús, me volvió completamente loca.
Mi esbelta figura se fue descomponiendo. Sin comer, sin dormir, sin escribir y sin ir a trabajar, comencé a sentir que podía morirme ahí, sola, sin amor, ni ilusiones y todo porque la idea de utilizar los superpoderes de Jesús como si fueran míos, me había enloquecido y por momentos, sentía que para siempre.
Me miraba en los espejos de la casa a cada instante, y al verme tan fea, tan desmejorada, con arrugas, las tetas un poco caídas, mi espléndida cabellera enmarañada y sucia, un día me dije, se terminó, lo llamo y listo, me uno a él para toda la vida, me someto a sus superpoderes y entre los dos salvamos la humanidad o, por lo menos, la equilibramos.
Después la sola idea de someterme a alguien y para toda la vida me volvía loca. Y, entonces no lo llamaba, intentaba masturbarme para olvidar y no podía, trataba de leer lo que había escrito y me volvía más loca, llegué a darme la cabeza contra el espejo del baño.
Cuando vi la sangre exclamé: ¡Por Dios, Jesús!
Y Jesús apareció detrás de mí, me puso las dos manos, una en cada hombro, y me dijo:
-Aquí estoy, Bella.
Y vi como la sangre desaparecía, la herida se cerraba sin dejar ninguna marca en mi frente, la piel se estiraba, las tetas se me levantaban un poco, recuperé los kilos perdidos y el pelo lacio y hermoso como a mí me gustaba y me sentí la mujer más feliz del mundo.
Jesús interrumpió mi éxtasis frente a mi propia imagen y me preguntó:
-¿Me necesitas para algo, Bella.
- No, te llamé de casualidad pero me hace muy feliz tu presencia.
-Entonces me quedo.
-Sí, claro, por supuesto.
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