domingo, 31 de enero de 2010

De Miguel Oscar Menassa

Escribo porque escribo,
ya lo dije hace años.
No escribo por amores
y tampoco amo la belleza.

Escribo porque escribo,
como la lluvia cuando llueve
o el viento cuando gime,

con naturalidad,
como si lo que en mí pasara,
pasara desde siglos.

miércoles, 20 de enero de 2010

Monólogo entre la vaca y el moribundo -VI-

No me puedo poner alegre porque me envidian y no me puedo poner triste porque me abandonan. Estoy según las matemáticas en una situación de borde.

Cuando, en realidad, muchos son los motivos de mi tristeza y, sin embargo, quiero mantener mi negocio en pie y para eso es necesario que no me alegre demasiado y, por otro lado, la tristeza queda bien para mis clientes.

El madroño del balcón principal ya ha alcanzado el nivel de la ventana. España crece en mi corazón hasta alcanzarme.

Las flores comunitarias se muestran sin vergüenza.

Tengo que quedarme tranquilo, las cosas se irán haciendo a medida que las pueda pensar de manera concreta, material.

Yo tengo que descansar, la realidad me tiene que tomar siempre descansado.

Para engañarlos definitivamente dentro de diez años a todos, ahora tengo que poder durante cinco no engañar a ninguno. Todo el mundo tendrá en principio su verdad, después aprenderá a mentir: sabiendo que va a morir, vivir como si eso no fuera a ocurrir nunca y esa es la única gracia de la vida.

Vivirla como si fuera para siempre.

Sin grandes órdenes no se pueden construir grandes puentes. Y yo quiero llegar hasta los espacios infinitos. Así que antes de comenzar el puente algo tendré que ordenar.

El desorden es tan contrarrevolucionario como el alcohol y a mí no me pasará lo que le pasó a D.C. que no pudo con sus propias palabras. Yo soy un grupo y en un grupo a nadie se le puede ocurrir querer poder con sus palabras.

Lo que ya hice es increíble, maravilloso.

Una vida nueva que comience de esta manera es una gran vida. Estoy contento, muy contento.

Ahora podré como Balzac contar lo que me hicieron para que yo también fuera uno de ellos.

Las once de la mañana y el del gas todavía no ha venido, la gente trabaja así, no sé por qué yo, a veces, me preocupo tanto.

Yo tengo que escribir, hablar con la gente, con toda la gente y cobrar a fin de mes mi salario y eso será mi vida por ahora. Como mínimo hasta el 2001. Después de haber atravesado esa barrera, me detendré nuevamente a pensar en próximas décadas.

Los nuevos horarios tienen que respetar al cliente pero, también, tienen que respetarme a mí.

Cada lugar tendrá su flor, a su tiempo.

Mis clientes actuales son el cierre de la fundación, tendrán siempre la manía de ser los mejores, por lo menos los primeros, tengo que tratarlos teniendo en cuenta, precisamente, eso.

Cada uno tendrá que ser jefe de algo, en algo tendrá que tener maestría. Esa es la educación que se merecen y para eso algún deseo tendrán que demostrar tener.

Por otra parte pienso que 30 psicoanalistas sindicados de esa manera son invencibles, pase lo que pase en el mundo.

Estar en mi sitio hará más fácil la pequeña renuncia antes del triunfo de las ideas más puras, esas que tan cerca de la poesía viven que, a veces, cuesta algún trabajo diferenciarlas.

Si me quedara tranquilo sin tensiones, aquí escribiendo, pensando que cada cual está haciendo lo que corresponde, eso puede hacerme un bien incalculable. Si entiendo quién me toca ser, esta vez, también haré alguna pequeña fortuna. Trabajar hasta los 75 y luego un año de descanso. Mi pequeño hijo Manuel, tendría 35 años, bueno, ahí me tomo mi primer año de vida sin trabajar y según los resultados preparo los próximos 25 años y en el 2.040 publico, por fin, una buena antología de mis versos.

Lo siento, lo siento, el deseo está presente.

De algo me estoy dando cuenta, eso es evidente.

Los amores se tendrán en otro tiempo, siempre imposible.

Cada uno y todos y yo mismo deben ser engañados.

Me gustaría esta vez, intentar un cierto orden, dar cabida a cierta preocupación por el orden en el dinero y en los escritos. El resto se irá haciendo casi solo.

Estoy entre rejas y yo mismo me he puesto.

Me condeno a vivir y trabajar encerrado en la casa del poeta desde el 1 de julio de 19991 hasta el 31 de julio de 1996 y luego, revisaremos la condena. El solo afán de salir libre puede acarrear otra condena de cinco años más. El buen cumplimiento de la condena no acorta la pena, a lo más no la prolonga.

En cinco años, tendría que aprender a vivir encerrado en una idea y luego vendrán mis grandes obras.

Después vendrán momentos decisivos para mi escritura. No espero, ni deseo ningún gran viaje a menos que tenga que ir personalmente a cobrar el Premio Nobel.