domingo, 18 de octubre de 2009

Mónologo entre la vaca y el moribundo -IV-

Tal vez haya vivido equivocado los primeros 60 años de mi vida, tal vez, para poder vivir la vida que me fue tocando, tuve necesidad de creerla literaria, para hacerla posible.

Tal vez una verdad pueda cambiarse por otra verdad sin que se venga abajo ningún mundo. El amor puede transformarse en confort y el premio Nobel puede estar esperándonos, a la vuelta de cualquier esquina.

El problema, planteado a mi manera, sería el siguiente: Dentro de 21 años, matemáticamente, me darán el previo Nobel de Poesía, pero yo lo quiero antes de cumplir los 70 años, es decir 11 años antes y, me imagino, que para que ese desfasaje temporal ocurra, algo tendré que hacer de otra manera.

Escribiré una novela acerca de un hombre como yo, de los 50 a los 60 años y la novela termina cuando me entregan el premio Nobel.

Algo como el Ulises, pero con buen final, ya que han vuelto los boleros y para dentro de diez años, se anuncia la llegada del amor a la tierra.

Ya vendrán tiempos mejores, y un poeta podrá tener su plantación personal de cacahuetes o alcachofas marinas o violentas tormentas del jazmín o dulces y tercos melocotones abiertos a la esperanza o, tal vez, esa manzana verde de la doble caída.

Pecado y ciencia tocan el corazón de la manzana y nosotros la seguimos usando como fruta para después de las comidas.

Tengo tensión, tengo apetitos, hambres de milenios y, ahora, querrán conformarme con algún pedazo de queso, excrecencias de alguna vaca pastora, o la misma vaca muerta a palos y descuartizada encima de la mesa, recordando viejos rituales, donde los hombres se comían unos a otros, y eso era el amor.

Clavo sin piedad mi cuchillo contra el corazón de la vaca y la vaca muge, se desgarra de pasión frente al asesino. Yo, con precisión quirúrgica, separo grasa y nervios y le doy a mi amada un bocado de los ovarios calcinados de la vaca.

Somos libres, me dice ella, mientras se entretiene en el ruido de sus dientes tratando de doblegar las partes quemadas del universo.

Después, más ligera, haciendo de todo espejismo, una mentira, me dice con soltura:

En mí, vive una vaca magistral, que muge y asesina todo el tiempo. A veces, parece dolorida, pero nada le importa, sabe que ha nacido para ser asesinada a palos y entonces, caga por todos lados y las flores enloquecidas se comen lo esencial de la mierda y crecen aceleradamente hacia el futuro.

Mutilada dentro de una pequeña caja de amor, acompañada de un poema o bien sobre el mármol frío y desolado de una tumba, recordando que algo vive aunque el hombre muera.

Me estoy divirtiendo como hacía décadas no me pasaba, pero me doy cuenta, que esto no me ha de servir mucho para el Nobel. Una gran experiencia, un gran amor y me desgrano en pequeños versos cotidianos.

Ella trata de explicarme que ya fuimos dominados, hace algunos siglos, que hoy día se trata de otra cosa, que ya nadie pelea o quiere o desea la libertad. Que la gente normal hace costosas cosas para denunciarse a sí misma.

Mientras se dejaba caer en la cama finalizó, sin esperanzas:

-Lo peor, es que el Estado que nos controla es a su vez controlado por estados más poderosos…

Dejé caer sus palabras en el aire, porque ella misma las había dejado caer de esa manera y me detuve en claros pensamientos de aguas comestibles. Me imaginé vendiendo mi vida a una gran empresa inglesa y absolutamente convencido le dije sin rencor:

- La palabra por la palabra es tan inocente como el cuerpo por el cuerpo.

Algo consigo, pero no me doy cuenta de haber conseguido nada, por no haber conseguido de repente lo deseado. No me dejo llevar por ese vacío del alma, comienzo todo nuevamente. Vuelvo sobre huellas dejadas de lado. Invierto, parte del capital del mundo, en mis versos. Arranco del amor, estas palabras sanas, bellas y nadie me podrá decir que no he vivido.

Me toco el corazón de la serpiente y me siento vivito y coleando, hago ejercicios de respiración, como suponiendo que el viaje será largo y doy por abierta la competencia. Habrá fiestas y ancianas mujeres discutirán sobre mis orígenes:

Nació del ruido, dirá la más anciana, y es por eso que puede escuchar los sonidos más lejanos de una voz.

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