He leído nuevamente “La poesía y yo” y he decidido publicarlo. He decidido, quiere decir, que me he encontrado en la lectura con una poesía que no pensaba estuviera ya escrita. Éste no es como ninguno de mis libros anteriores y sin embargo me vuelve a pasar lo mismo, esta vez tampoco sé si conseguiré convencer a algún contemporáneo del valor de mis versos. Un libro que está compuesto de una manera nada ortodoxa para mi manera de componer mis libros anteriores.
Poemas escritos hace tres años, con poemas escritos ayer, para decirlo de alguna manera. En momentos muy diferentes de mi vida el poeta urdía siempre la misma trama, atado al mandato de producir este libro no prestó demasiada atención a las vicisitudes de mi vida que, por momentos, resultaban contrarias también a la poesía y no sólo a eso, sino también, a que se reunieran en un solo libro los poemas que iba escribiendo el poeta en tan diferentes estados de mi ánimo.
Hoy frente a mí mismo el poeta ha producido el milagro, al componer con todas esas páginas un solo libro que se llama “
Otra de las diferencias es que en este libro no hay, creo, ni una sola fecha, como si todo el libro se hubiese escrito el mismo día. Como si no fuese otra cosa que un instante, como si los aparentes fragmentos no fuesen sino trozos de una misma fotografía. Un hombre en los finales del siglo XX.
Un hombre alucinado, luchando (y perdiendo su propia vida en esa lucha) entre ser la pureza siempre divina del hombre primitivo (amante de una naturaleza abierta donde todo el aire era para él, y su único amo Dios) o ser el desperdicio de una sociedad en crecimiento que es lo que proponen para él, los sistemas actuales de convivencia.
No puedo, sin embargo, dejar de escribir que un hombre alucinado es un hombre que ve algo que no está exactamente pasando para todos, quiero decir un hombre alucinado, cuando lo dejan, es capaz de anticipar el futuro.
La ideología para vivir fue sostenida durante todo este tiempo por una sola frase:
Lo mejor para el amor, es hacerlo entre varias personas.
El marco teórico con el cual yo pretendía influir al poeta durante la escritura de estos poemas, y en parte creo haberlo conseguido, estaba dado por la teoría del valor y la teoría del inconsciente, algunos conceptos de la lingüística estructural y leves nociones de ese instrumento para ayudar a imaginar, que es la topología.
El poeta oponía durante todo el tiempo que duró la escritura del libro, a estas imprecisiones científicas (como él las llamaba) la vida, que en todos los casos no cabía en esa relatividad, mi propia vida que en la relación con su escritura se fue transformando hasta tal punto que llegué a creer por momentos que era yo mismo el que escribía los versos.
La vida que el poeta oponía rabiosamente a las ciencias, eran palabras, y no vanas palabras al viento, juguetes de las olas, sino una vida tan material como las ciencias, porque la vida era para el poeta sus palabras escritas.
La lucha no fue a muerte, primero porque yo no soy un amante de la muerte, y segundo porque el poeta traía esta vez intenciones de conversar. Para él no sé cómo habrá sido, para mí fue una conversación descomunal, sin saber, no solamente ahora, que ciertos dolores musculares, ciertos síntomas de impotencia que antes nunca había padecido, desórdenes incalculables para mi personalidad tanto en mi economía libidinal como en mi economía política, eran productos de instantes insoportables para mi moral durante el tiempo de la conversación.
Muchas veces abandonaba al poeta a su propia suerte, y él, quedaba arrinconado y llegué a esconderle la máquina de escribir, y dejarlo varios días sin comer, o bien cuando me imploraba que volviéramos a escribir, lo mandaba a hacer el amor con las mujeres. Cuando yo volvía por esa sensación de grandeza que él siempre me ofrecía en los encuentros, sus primeras palabras eran siempre contra mí, me mostraba claramente en un poema la mezquindad de mi mediocridad, me llamaba dos o tres veces cobarde, y después continuábamos la conversación.
A veces en los momentos que mejor nos llevábamos intentábamos hacer el amor con una mujer. Y siempre nos salía mal. Después de los primeros momentos donde la mujer permanecía anonadada frente a nuestra belleza inicial, comenzábamos a hacer con ella cosas diferentes, imposibles de ser soportadas, como en nuestro caso, por la misma persona. Yo hacía promesas. Él insistía que la única promesa posible, era no prometer. Yo la miraba a los ojos, él prefería escuchar su voz. Ella terminaba volviéndose loca y caía enamorada en brazos de alguno de los dos según las circunstancias y según la mujer, y se quedaba a veces sin mirada, a veces sin voz. Quiero decir, nunca pudimos hacer el amor juntos con la misma mujer.
Sé que esta noche sus versos me tienen encandilado, sin embargo no termino de comprender cómo fue posible. Haber dicho esas cosas del amor, haber escrito esas palabras acerca de la muerte, proponer en definitiva una nueva manera de mirar la vida de los hombres. A veces temo ser castigado. Él no teme a nada, sólo que yo le quite el soporte de toda su grandeza, mi cuerpo tembloroso. Él no sabe, porque todo lo hace sin saber, que mi cuerpo ya no me pertenece, o por lo menos está perdido entre sus letras. En estos momentos, cuando yo acabo de confesarle lo que no pensaba confesarle, él (podríamos decir) me obliga a un nuevo y definitivo compromiso. Prestar mi nombre propio como autor de su libro, ya que los poetas no tienen nombre propio, y en esas circunstancias yo fui su amigo.
Cuando comprendo la propuesta siento halago que me corresponda, a mí mismo, ser el autor de este libro, y al mismo tiempo la duda que se me otorgue tan fácilmente cosa tan grande, por la simpleza de haber vivido dentro de la misma piel, durante un tiempo, junto con un poeta.
Pregunto rápidamente ¿con qué, si nada tengo, voy a pagar semejante regalo?
No obtengo ninguna respuesta.
El libro ha quedado compuesto sobre mi escritorio.
Vuelvo a preguntar desesperadamente y el infinito silencio que me rodea pone en cuestión en mi propio nombre, mi propia vida. La poesía queda a salvo. Él, ha partido.
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