domingo, 10 de mayo de 2009

Estaba algo desesperada, de un lado a otro de la casa, parecía la pena negra de Lorca...

Estaba algo desesperada, de un lado a otro lado de la casa, parecía la pena negra de Lorca.
Sonó el teléfono con estridencia. Corrí pensando que a lo mejor Jesús se había decidido a usar el teléfono, levanté el auricular y pregunté ansiosa:
-¿Sí, quién es?
Imaginad la sorpresa cuando del otro lado la voz de mi madre, valiente.
-Hija mía, ¿dónde te has metido? Hace un montón de tiempo que no sé nada de ti.
Yo tratando de recomponerme:
-Es que ahora soy escritora. Y, además, estoy enamorada.
-Ah, ¿sí? Hija, cuéntame.
-Mira, mami, esto que me pasa no me había pasado nunca.
-Qué, ¿has dejado de trabajar?
-No, eso no, pero es lo único que hago…
-Pero, hija, qué te ha pasado.
-Que ya te dije mamá, estoy enamorada…
-De quién?
-De Jesús, mama…de Jesús
-¡Cómo, hija! ¿De qué Jesús?
-Jesús, mamá, Jesucristo, el hijo de Dios.
El grito que pegó mi madre y los ruidos de ella cayéndose y el teléfono dando contra la mesita de cristal y luego como final un ruido sordo, como la cabeza contra el piso; me inquietaron de tal manera que comencé a llorar desconsoladamente y la imagen de la cabeza de mi madre chocando contra el mármol frío y callado del salón de estar, invadían mi mente sin descansar y me hacían llorar desconsoladamente.

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